Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el pasado siglo XX fue testigo de las mayores atrocidades que se cometieron en toda la historia de la humanidad. Escenario de los dos conflictos bélicos más sanguinarios que se recuerdan, la primera y segunda guerras mundiales; la persecución política, social y hasta racial del prójimo en varios países de la diáspora terrestre fueron caldo de cultivo para numerosas carnicerías y barbaries, perpetradas en nombre de un "bien" mayor -podemos citar el genocidio armenio, los grandes Pasos Adelante, la hambruna ucraniana o la limpieza étnica en la guerra de los Balcanes.- que analizadas con retrospectiva nos pueden parecer de ciencia ficción. Pero por muy lejanas que nos parezcan, estas atrocidades sucedieron en el mismo mundo que hoy en día habitamos y de las cuales somos herederos directos, sirviendo las enseñanzas extraídas de estos trágicos sucesos para conformar una realidad más pacífica y justa que disfrutamos en nuestro presente.
Para poder entender la vorágine de odio y violencia que protagonizó sobre todo la primera mitad del siglo XX debemos remontarnos a la Revolución Francesa de 1789, y su característico cambio de paradigma dialéctico en el que el vasallo, individuo perteneciente al Antiguo Régimen, se convierte casi de la noche a la mañana en ciudadano. Todo este proceso fue parejo al cambio drástico en las dinámicas de poder con el surgimiento de los denominados Estados-Nación, lo que a grandes rasgos acabaría siendo el germen de las guerras de masas, de pueblo contra pueblo, que dieron comienzo con Napoleón Bonaparte y llegaron a su cénit en las ya mencionadas guerras mundiales. Para ahondar más en este asunto recomiendo al lector/a que revise mi artículo titulado Una reflexión libertaria sobre el Estado, al cual puede acceder en el apartado Opinión de esta misma página web y al final del presente artículo.
Pero centremos el asunto que hoy nos atañe. Es verdad que el ser humano fue y es capaz de realizar las mayores atrocidades que nos puedan venir a la cabeza, como así la historia lo atestigua, pero también resulta crucial señalar que también en momentos de extrema crueldad -por ende necesidad- el ser humano puede ser protagonista de grandes proezas y nobles acciones, como el florecimiento de una planta que se abre camino entre las rocas de una fachada cualquiera. Porque incluso ante las mayores adversidades que nos podamos imaginar siempre existirá un mínimo grado de esperanza, por el cual merezca la pena soportar el mayor de los sufrimientos imaginables. Esta postura ante la existencia será desarrollada por el psiquiatra vienés de origen judío Viktor Frankl, en su denominada logoterapia (del griego logos: que podemos traducir como sentido, significado).
Frankl nació en Viena en 1905 y vivió hasta el año 1997. Se formó en la universidad de medicina de su propia ciudad, especializándose en neurología y psiquiatría, interesándose especialmente en la rama fundada por Sigmund Freud, el psicoanálisis, y después en el método de psicología individualista de Alfred Adler, el cual conoció personalmente. Durante la década de los años treinta desempeñó su trabajo de psiquiatra en varios centros hospitalarios de Viena, entre ellos el famoso hospital Rothschild, único centro médico que permitía dar asistencia médica a familias judías en aquel tiempo. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial y la adhesión de la actual Austria por parte del Tercer Reich, la vida de Viktor cambió drásticamente. Tal y como relata José Benigno Freire en el prólogo de la edición de Herder de la obra cumbre del psiquiatra vienés El hombre en busca de sentido (1946), Viktor tuvo la oportunidad de abandonar su país y escapar de la creciente persecución de judíos que estaba dándose lugar en aquellos momentos:
Viktor Frankl consiguió un visado para emigrar a los Estados Unidos. Este visado le permitía la salida de Austria y le abría oportunidades inesperadas de desarrollo profesional, pero sus padres únicamente disponían de una documentación insegura, que no superaría el más ligero control de las autoridades. Además, como ya eran ancianos, quedarían ciertamente desvalidos si no contaban con la ayuda de ninguno hijo.
La situación de sus padres planteó a Frankl una grave duda de conciencia: ¿Cuál era mi responsabilidad? ¿Ocuparme de mi obra o cuidar de mis padres? Fue una decisión heroica, aunque él lo cuenta con sencilla naturalidad: "Evidentemente el campo de concentración fue mi real prueba de madurez (...) Hubiese podido desarrollar la logoterapia en América, cumpliendo así con la misión de mi vida, pero no lo hice. Y así llegué a Auschwitz".
La encrucijada en la que se encontró Frankl y su familia resulta difícil de exponer con simples palabras. En septiembre de 1942 él, su esposa y sus padres fueron deportados a un campo de concentración cercano a Praga, el denominado Theresienstadt. Una vez allí, fueron separados a la fuerza. Viktor aún no era consciente de que sería la última vez que vería con vida a su mujer, embarazada de su primer hijo, y a sus padres.
Durante dos años y medio, Frankl estuvo hasta en cuatro campos de concentración distintos, entre los que se encontraban los temidos Lager -campo en alemán- de Auschwitz y Dachau. Las penurias, sufrimiento y anhelos sordos que vivió tanto él como sus compañeros de tragedia resultan sobrecogedores. A continuación, citaré un breve extracto de El hombre en busca de sentido en el que podemos observar el miedo constante a morir, la incertidumbre más absoluta a la que se vieron abocados millones de personas representadas en las palabras de Viktor Frankl, en este caso a raíz de un "traslado" que le habían comunicado. Estos "traslados" podían ser un eufemismo de la cámara de gas, como bien conocían los prisioneros de los campos:
Escucha, Otto, si no regreso a casa con mi mujer y tú la vuelves a ver, dile, en primer lugar, que hablábamos de ella todos los días, a todas horas. Recuérdalo. En segundo lugar, dile que la he amado más que a nadie en el mundo. Y en tercer lugar, que el breve tiempo de felicidad de nuestro matrimonio me ha compensado de todo, incluso del sufrimiento que aquí hemos tenido que soportar.
Este breve extracto del libro de Frankl conforma el ejemplo perfecto para lo que él acabaría denominando en su logoterapia como "última voluntad", todo aquello que es capaz de servir de palanca para la acción concreta y cotidiana, dotar de significado y propósito el mero hecho de existir. Para que los quehaceres habituales se conviertan en sentido han de cumplir con la necesidad de trascender, entendiéndose como trascendencia la acción y actitud del individuo de dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea para realizar un valor, bien para alcanzar un propósito o para encontrar a otro ser humano. En palabras de nuevo del propio Viktor Frankl sacadas de otro libro titulado En el principio era el sentido:
No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta que se encuentra.
"Quién tiene un porqué puede soportar casi cualquier cómo" afirmaba Nietszche. Podemos constatar, como el propio Viktor Frankl realiza en sus estudios directa e indirectamente, que el método psicoterapéutico de la logoterapia bebe directamente de esta máxima del filósofo alemán. En la teoría psicológica de Frankl podemos encontrar una necesidad imperiosa de dotar de significado nuestra existencia, incluso a raíz del sufrimiento, tal y como él mismo experimentó en los campos de concentración. El gran enemigo a batir es el vacío existencial, tan presente en el siglo XX como en nuestro actual siglo XXI. "Después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie" dejaría escritor el pensador Theodor Adorno, y no es de extrañar que se pronunciara de esta forma debido a las imágenes y relatos que todos, en mayor o menor medida, conocemos a raíz de los hechos acaecidos en el denominado Holocausto.
Dotar de significado y sentido a la vida es el fin último de la logoterapia desarrollada por Viktor Frankl pero, ¿Cómo puede el humano llenar su vacío con significado? a modo de querer responder esta pregunta, cito de nuevo unas sabias palabras del psiquiatra austríaco:
Plantear la cuestión en términos generales equivale a la pregunta que se le hizo a un campeón de ajedrez: "Dígame, maestro, ¿Cuál es la mejor jugada de ajedrez?". Sencillamente, no hay contestación posible; nunca se dará una buena jugada, o la mejor jugada, sin la referencia a una determinada partida y a la personalidad del oponente. Así ocurre con la existencia humana, no deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene una misión o un cometido que cumplir. Por tanto, no puede ser reemplazado en su función, ni su vida puede repetirse: su tarea es única como es única la oportunidad de realizarla.
Con esto llegamos a la certeza de que cada ser humano, sean cuales fueran los factores externos y circunstancias que le rodean, siempre gozará de un último reducto de libertad dentro de sí mismo, esto es, tener siempre la opción de afrontar con una u otra actitud todo lo que el devenir depare a la persona. Inclusive en situaciones tan dramáticas y espeluznantes como un campo de exterminio. Parafraseando de nuevo a Viktor Frankl, y animando encarecidamente al lector/a para que aborde su obra si este artículo fue de interés, "El hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro en los labios".
Fernando enhorabuena!!! Sin menospreciar las anteriores, es tu mejor entrada del blog.
Un abrazo Bro!