Para quienes me conozcan, sabrán de mi predilección hacia los relatos mitológicos que se dieron lugar en la antigua Grecia. Sobra decir que su contenido sigue vigente a día de hoy, pero solo en su ámbito estético, apartando cualquier tipo de pretensión analítica y de explicación de la realidad que pudieron tener siglos atrás. Esto es fundamental, ya que el paso del mito al logos resultó ser un antes y un después en el estudio del conocimiento humano, abriendo un abanico de posibilidades y dificultades, hasta nunca vistas.
Pero hoy no vengo a hablaros de eso, estimados lectores y lectoras. Quiero recalcar y realizar una pequeña aportación a la importancia estética, aún muy presente en nuestro tiempo, la cual sigue gozando de una vigencia excepcional en el discurso tanto poético como científico. Podemos y debemos citar a Immanuel Kant a la hora de tratar la estética. El filósofo prusiano entiende por estético algo muy preciso y que es necesario no perder jamás de vista para seguir la lógica de su argumentación: la experiencia estética es un sentimiento específico que nos suscita cualquier representación subjetiva, sin que importen sus orígenes objetivos.
Volviendo a nuestro relato mitológico que nos atañe en el presente artículo, Eros y Thanatos representan conceptos que a priori resultan antagónicos y sobre los cuales otorgamos calificativos y pareceres totalmente opuestos. Eros, dios del amor e hijo de Afrodita, encarna la viveza y vitalidad del ser humano frente a Thanatos, ente de la muerte sin violencia y la no-presencia, acompañado siempre de su hermano gemelo Hipnos que personificaba el sueño. Es curioso como uno no podía hacer acto de presencia sin el otro.
Durante mucho tiempo, los seres humanos guiaron sus preguntas y respuestas en torno a estos dos contrapuestos: Eros-Thanatos. ¿Y si estuviéramos equivocados desde el principio?
Llegados a este punto me resulta de gran importancia citar al lector un extracto del poema Selige Sehnsucht (Feliz Anhelo), de Johann Wolfgang von Goethe, que dice así:
Quiero alabar lo Viviente Que aspira a morir en la llama En la frescura de las noches de amor.
(...)Acudes fascinada volando,
Amante de la luz, al fin, Y quedas allí, oh mariposa aniquilada... Y porque no has comprendido Que mueres y continúas! No eres más que un huésped oscuro Sobre la tierra tenebrosa.
La unión y no el alejamiento de la vida con y para la muerte resulta trascendental y el único gran tema para el poeta de poetas de la lengua alemana. Goethe no concibe una vida sin muerte, y viceversa. El ser humano es el único ser consciente de su muerte y, por ende, de su vida. Esto se manifiesta en una angustia inexorable y perenne que otorga, sin vacilación, un sentido a la vida misma.
Podríamos llegar a la conclusión de una manera poética, que el gran fin de la existencia finita del ser humano resulta de crear, realizar y nombrar cosas e ideas; salvándolas de su caducidad y temporalidad, otorgando un grado de eternidad de la que él mismo -el propio ser humano- nunca podrá gozar.
El poeta se convierte en mensajero, en profeta de Eros y Thanatos. Un mero adalid en pos de la búsqueda del Alétheia*.
Alétheia: concepto filosófico que se refiere a la sinceridad de los hechos y la realidad. Literalmente la palabra significa 'aquello que no está oculto, aquello que es evidente', lo que 'es verdadero'.
Se merece una segunda parte, me has dejado una catarsis incompleta...y eso lo llevo mal!!