Inauguramos en la web la sección dedicada a la historia del arte, apartado en el cual abordaremos obras de distinguidos autores y autoras de cualquier vertiente artística, centrándonos en la vertiente pictórica pero sin dejar de lado obras tanto escultóricas como arquitectónicas. No puedo más que animar a los lectores a que participen proponiendo aquellas obras artísticas de las que les gustaría poder leer un breve análisis o, si así lo estiman oportuno, atreverse a realizar el artículo ellos mismo a modo de colaboración. Hecha ya la debida declaración de intenciones, comencemos con la primera obra que abre esta nueva sección para los amantes del arte: Régulo, de Willliam Turner.
Podemos encajar esta obra del pintor inglés dentro de su segundo viaje a Italia que realizó en el año 1828, del cual regresó en febrero del año siguiente. Este idilio por la península itálica, y más en concreto en la ciudad de Roma, dejaría a la postre una influencia notoria en sus interpretaciones figurativas del uso de la luz, del cual terminaría siendo todo un maestro. Durante su estancia en la ciudad eterna, Turner realizó varios cuadros que expuso durante una semana en diciembre de 1828 en su casa de las Quattro Fontane, entre los que podíamos encontrar obras como Vista de Orvieto, La visión de Medea y Régulo. Este último, el cual nos atañe en el actual artículo, no fue trasladado a Londres hasta el año 1837, momento donde se exhibió en la British Institution y que con el paso de los años acabaría destinándose a la colección de la Tate Gallery de Londres, donde se puede visitar actualmente.
El cuadro resulta característico de la corriente romántica y paisajística inglesa, pero sin obviar la fuerte carga iconográfica que Turner nos suscita a la hora de nombrar la obra. Antes de entrar de lleno en la explicación temática del lienzo, me gustaría citar el testimonio de sir John Gilbert, compañero pintor e ilustrador inglés que tuvo la ocasión de ver a Turner trabajar en esta pintura en concreto:
Gradualmente, el cuadro se tornaba maravillosamente eficaz por el efecto de la brillante luz del sol (...) Poniéndome al lado del lienzo, me di cuenta de que el sol era un grumo de albayalde que sobresalía como el relieve de un escudo
El efecto que trata de buscar Turner con el uso de la luz en el cuadro tiene un motivo claro, del cual solo dejará una pista al espectador con el título de la obra. En este hace alusión a Marco Atilio Régulo, general romano y cónsul en dos ocasiones - 267 a.C y 256 a.C -, famoso por su participación y cruenta muerte durante el transcurso de la primera guerra púnica entre Roma y Cartago. Atilio Régulo perpetró severas derrotas al bando cartaginés en suelo africano, llegando a encontrarse el y su ejército a tan solo veinte kilómetros de la ciudad de Cartago, pero esta racha de victorias terminaría en la Batalla de los Llanos del Bagradas, librada en la primavera del año 255 a.C, donde caería preso el propio Régulo a manos de los cartagineses.
En estas lides, y teniendo Cartago intención de firmar la paz con Roma, es cuando la figura de Régulo se convertiría por antonomasia en la personificación del héroe romano. Régulo fue enviado a Roma junto con una embajada cartaginesa con la promesa de que si las propuestas de estos fueran aceptadas, su cautiverio daría a fin y podría quedarse en Roma. Una vez se encontraban en conversaciones los embajadores púnicos en el senado romano, Régulo trató por todos sus medios de disuadir a sus compatriotas de que sellaran la paz con Cartago, dado que era consciente de la potencial victoria romana si se mantenía el conflicto, aunque esta decisión terminara por condenarlo a seguir siendo un prisionero de los cartagineses. Roma acaba negándose a hacer las paces, prosiguiendo el conflicto que no llegaría a su fin hasta el año 241 a.C.
Nos podemos preguntar, ¿Qué pasó con el general romano a su vuelta a Cartago sabiendo los embajadores que, en gran medida, por su culpa no se pudo firmar la paz entre las dos ciudades? Es en este mismo momento en donde Turner nos ejemplifica, de una manera bellísima e impactante, el momento de la muerte de Marco Atilio Régulo. Se dice que el romano fue torturado sin piedad alguna, llegando a la macabra idea de cortarle los párpados y, acto seguido, arrojarle durante días a una habitación totalmente a oscuras. Sus captores esperaron varias jornadas hasta que se diera un amanecer especialmente soleado y brillante, momento en el cual le sacaron a la fuerza y expusieron al otrora cónsul de Roma a los inclementes rayos del sol. Es justo este instante el que Turner plasma en su lienzo, el trágico presente en el que a Régulo se le queman las retinas de sus ojos ante el abrasante sol de la mañana.
Podemos observar que el estilo de Turner aún se encuentra lejos de sus obras más icónicas, las que realizó en la última etapa de su vida donde empezó a emplear menos óleos y se centró de forma efusiva en la comunión de colores, formas y luces, donde los objetos que habitan el cuadro son muchas veces vagamente reconocibles. Un ejemplo de este tipo de obras de madurez es Lluvia, vapor y velocidad de 1844, posiblemente el cuadro más famoso del pintor inglés, donde aplicó una técnica totalmente novedosa rascando los colores en el lienzo hasta extraer del fondo las formas figurativas, consiguiendo así una textura y atmósfera inconfundibles.
Volviendo a la obra protagonista del artículo Régulo, resulta apasionante, desde la opinión de un humilde servidor, la carga lírica que Turner otorga al lienzo y que, con una historia que podemos catalogar en un punto intermedio entre el mito y la epopeya, desborda de contenido y profundidad la obra. Es necesario recalcar que el no haber incluido en el cuadro una figura identificable con Marco Atilio Régulo se justificaría por la voluntad de dejar al héroe romano "fuera", junto al espectador, que como él recibe los rayos del sol matutino. El mismo sol que acabaría causándole la muerte.
Fecha - 1829
Estilo - romanticismo inglés
Características - óleo sobre lienzo, 91 x 124 cm
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