
Nos situamos en la esfera del 15M donde se abrió un abanico de posibilidades inmenso y en
el cual parecía que los jóvenes despertábamos de nuestro letargo y comenzábamos a
reivindicar lo injusto y sumamente imperfecto de nuestro sistema democrático. Nuevas
voces tomaban el micro de las asambleas abiertas para promover alternativas y formas
de vida diferentes a las lógicas capitalistas con las que nos habían educado. Es muy
cierto que otros, en cambio, jamás olieron lo que estaba pasando en las plazas de las
principales ciudades de nuestro país, y jamás mostraron un ápice de intención en
arrimarse lo más mínimo al 15M. Esas gentes que eran, son y seguirán siendo nuestros
amigos/as estaban convencidos/as de que es el mercado quien manda, y que lo más
importante es trabajar sin importar tampoco mucho la cifra que aparece en la cuenta
bancaria cada mes.
Una parte considerable de la juventud nos pronunciamos y fuimos a la plaza, también,
porque desde mi punto de vista, éramos los nietos de los Republicanos que sufrieron en
silencio el franquismo y quizá teníamos una deuda histórica para con nuestros abuelos.
De todas formas, mi sensación en el 15M fue que la inmensa mayoría de los que
estábamos allí, éramos jóvenes que nuestra familia nos había inculcado valores
democráticos de izquierdas (en mi caso fue mi propio padre quien me llevó a la plaza).
Tenía 19 años, asombrado por decenas de obras filosóficas que se amontonaban en mi
escritorio, no acababa de comprender exactamente la totalidad del fenómeno 15M, pero
también, una gran parte de mí decía que esa comprensión teórica del asunto era la
menos importante. En ese momento compaginaba mis estudios universitarios con el
trabajo como rider en una pizzería y cuando se hablaba de precariedad entendía
perfectamente de qué se estaba hablando - mi jefe me pagaba en negro la mitad de la
nómina -.
Sin embargo, el 15M desde mi punto de vista, no acabó de crear comunidad y fueron
egoísmos, liderazgos y abanderados de los principales grupos ideológicos los que
procuraban la desmembración paulatina de la noción de conjunto y, de manera
generalizada, cada vez más cada uno dialogaba únicamente con los suyos, con los que
pensaban de manera similar. En un proceso similar al que le ha sucedido al partido
político surgido del 15M (Podemos) la izquierda de nuestro país no se caracteriza por
promover la unidad y, de todas formas, quizá esa unidad tampoco sea lo más
importante. En todo caso, la noción de comunidad, desde mi punto de vista, fue un
bonito espejismo inicial en el que cantábamos todos a una, pero, las gentes de nuestra
generación han perdido el hábito de la integración comunitaria, más bien socializa en
grupos pequeños y en el supuesto del hablar en público ya se socializa de una manera
distinta, esto es, dirigida hacia la sociedad. Así, el ideal del ciudadano republicano
explicado por el profesor y filósofo Javier Peña en muchos de sus textos y sus obras
(como, por citar una: Democracia y ciudadanía: el enfoque republicano ISSN: e-2530-
8351) se aplicaba perfectamente al fenómeno: un conjunto que operaba mediante la
suma de nuevas perspectivas a los debates teniendo cosmovisiones completamente
diferentes y potenciando la diversidad al máximo.

En mi opinión, nuestra generación no está acostumbrada al hacer en común, a menos
que sea por obligación laboral o académica ya que se nos ha educado bajo el prisma
neoliberal de la competitividad. Por lo tanto, era lógico y normal- y nada triste- que esa
idea de comunidad fuera transformándose de a pocos en sociedad civil. Como también
entendí como lógico, el que los restos que quedaban del 15M se conjugasen en un
partido político para tratar de ahondar desde dentro del sistema en cambios más
profundos. Otra cuestión diferente es en lo que ha derivado Podemos ya que ha dejado
de integrar, de sumar gritos y energías comunes y creo que la gran mayoría ha dejado de
sentir que Podemos ya ni siquiera es los restos del 15M: hoy en día, es un grupo de
comunistas de Madrid.
Así como con el tema de la comunidad no acabo de estar de acuerdo, sí me adscribo a la
noción de horizontalidad participativa que irrumpió con el 15M. En una sociedad
acostumbrada a la estructuración fija de la representación y de los liderazgos, se generó
un espacio de policoralidad en el que diferentes corrientes de opinión convergieron en la
plaza y se les dio voz significativa para establecer debates tremendamente inspiradores.
El “aquí hablamos todos” fue una práctica de democracia real aunque fuere a nivel
teórico y de propuestas, ya que la derivación práctica más allá de la paralización de los
desahucios costaba muchísimo de materializar. Lo horizontal trajo la paciencia, la
escucha de lo heterogéneo y una actitud política democrática que no debiera perderse en
estos tiempos en los que los egocentrismos están en auge. Cierto es también que desde
el Estado se nos permitió, bajo una libertad condicional, la protesta activa y nuestra
forma de reivindicación. Cierto también es, que el diálogo con la estructura vertical
sistémica poco nos interesaba, ya que estábamos convencidos de que con las protestas
frente al plan Bolonia había fracasado ese debate, y que ya no nos interesaba estar
tutelados: ahora éramos nosotros los que debíamos ser escuchados y tenidos
verdaderamente en cuenta.
Por otro lado, en el 15M también se posibilitó la irrupción de nuevas corrientes de
pensamiento no mayoritarias en la sociedad española (con mayor calado en Europa)
como las corrientes ecologistas, de conciencia social, de solidaridad ciudadana y ayuda
mutua que nos propuso otra manera de entender la realidad. Entendimos (los que
estábamos en la plaza, los que no estaban claramente no) que la lógica individual
capitalista había fracasado por ser ridículamente insuficiente. Entendimos que la
comunidad fue un sentimiento bonito inicial. Pero muchos entendimos que la sociedad
requería de nuevos planteamientos vitales más acordes con sensibilidades preocupadas
con los problemas planetarios. El 15M, sin lugar a dudas, generó conciencia y, sobre
todo, autoconciencia.
El municipalismo se propuso como alternativa principal a la lógica estatal y es
tremendamente cierto que la ciudad de Valencia no sería lo que es hoy en día si no fuera
por el 15M. Las propuestas ciudadanas se fueron incluyendo con intensidad desde el
año 2015 con el Pacto del Botànic y esta tendencia prosigue a día de hoy: hoy los
ciudadanos tienen muchísima más voz e importancia que hace 15 años y es gracias a
que muchos fuimos a la plaza a reivindicar que se nos escuchase y que se tuvieran en
cuenta nuestras propuestas. Le dimos jarabe democrático a las colapsadas y opacas
instituciones y esos nuevos aires frescos se han traducido en una ciudad, por ejemplo,
que ha potenciado al máximo su orografía para ser puntera en el carril bici, siendo
asimismo de este modo, muchísimo más verde que hace 15 años.
Sin embargo, el municipalismo es un proyecto político que puede aspirar a ser
transformador quizá como modelo de ciudad a nivel nacional o internacional. Pero sigue
existiendo una brecha gigante entre el municipalismo del mundo urbano y el del mundo
rural. No creo que las iniciativas sociales del municipio de Calasparra tengan la
relevancia, el nivel mediático y la potencia en un mundo globalizado que impone y
normaliza cada vez más como única lógica existencial y prioritaria la vida en la ciudad.
De hecho, en un pueblo no tan pequeño como el mío (Llíria, 25000 hab. Aprox.) el 15M
no duró más de 2 días y los pocos que lo impulsaron tuvieron que acercarse a la ciudad
para poder participar activamente en el diálogo tan interesante que se estaba generando.
Nuestras proclamas fueron de la mano de una gran solidaridad social intergeneracional.

El 15M no sólo fue un conjunto de protestas juveniles, requirió de la experiencia,
madurez y perspectivas de personas de generaciones no tan jóvenes construyendo un
verdadero espacio democrático, un debate con ansias de cambios profundos cuya
propiedad no era meramente de los jóvenes (las protestas de los pensionistas también
creo que podemos afirmar que son un legado del 15M). Quizá esta solidaridad social
intergeneracional de escucha activa también permeó durante un tiempo en el sistema
democrático (cultura cívica, cultura política, cultura educativa), no obstante, creo que
diez años más tarde podemos afirmar con realismo y sin pecar de derrotistas que
finalmente la lógica del Estado (y del mercado) se acabó imponiendo, al 15M, a
Podemos y a la sociedad en general en su conjunto. Dimos de bruces con la
Constitución Española y nos dimos cuenta de que por mucho que habláramos y
deseáramos el cambio hay cosas que parecen religiosamente inquebrantables en este
país y que parece que nunca se van a poder modificar sustancialmente.
Creo que el 15M también derrocó la voz de la autoridad ya que la voz de cada
ciudadano tenía la misma validez fuese vecino carpintero de Patraix, o fuese catedrático
de Universidad residente en la urbanización de lujo Valterna. Todo cabía en el 15M,
nadie sobraba y nos dimos cuenta que de nada importaban las lógicas individuales ya
que el yo no es nadie si no aporta de alguna manera a la sociedad.
Además, durante un tiempo creímos que habíamos derrocado el monopolio del Estado y
es cierto que el municipalismo (urbano) sigue potente a día de hoy gracias al 15M. De
hecho, es de lógica vital que el ciudadano tenga una relevancia y voz importante donde
vive y que se apliquen recursos directos a solucionar los problemas micro, los
problemas concretos y reales de los ciudadanos que viven siempre en primer lugar en su
propio municipio. El denominado pluralismo del Bienestar es palpable con ejemplos
como la creación de una nueva parada de metro (por necesidades concretas de personas
minusválidas), la mayor atención a la diversidad, la modificación de rutas de autobús
público a favor de la movilidad sostenible, la participación directa y asamblearia de una
parte considerable del presupuesto público y muchísimas medidas concretas más que
son importantes para la calidad de vida del individuo en su municipio generando, sin
lugar a dudas, inclusión social.
El ciudadano ha entendido la importancia de la participación y pienso que lo que antes
estaba canalizado vía asociaciones creo que a día de hoy es el propio ciudadano quien
toma la palabra y dirige las demandas necesarias para mejorar cuestiones concretas de
su ciudad. Así, efectivamente la sociedad civil se amplía transformando, dando
alternativas o conservando los aspectos que se remarcan como importantes (y no tan
importantes) de su primera realidad directa.
Por otro lado, humildemente creo que quizá sea un tanto hiperbólico hablar de una
segunda modernidad a raíz del 15M. Quizá, sí podríamos entender la tendencia hacia el
municipalismo urbano y la tendencia hacia la horizontalidad como cuestiones
verdaderamente novedosas que han surgido en nuestro siglo XXI y a partir del 15M.
Pero creo que el 15M no ha acabado de ser los cimientos de una nueva realidad o de un
nuevo período histórico. La digitalización extrema y la pandemia del Covid-19 han
sido, son y serán más determinantes para configurar una nueva realidad a nivel mundial,
Estatal y municipal.
Con todo, el Estado ha dejado de ser el canalizador y garante del interés general. El
momento de decadencia y mediocridad política profunda que vivimos desde hace unos
pocos años está generando una desafección más profunda si cabe que la anterior a 2008.
Y la única participación política verdaderamente activa a día de hoy es la vía del
municipalismo. Sin embargo, los jóvenes de pueblo seguimos sin tener mucha
presencia, anclados a los designios del alcalde (que beneficia a sus votantes
exclusivamente) y acabamos mayoritariamente por hacer toda la vida social en la
ciudad, que es la que ofrece un gran número de posibilidades de ocio y de participación
ciudadana. En muchos municipios valencianos se puso de moda que los alcaldes
construyeran centros para la juventud que no dejaron de ser espacios vacuos sin
verdadero atractivo real para los jóvenes. También, puedo afirmar que como nosotros no
demandamos esos espacios y fueron los alcaldes quienes los construyeron sin más para
aparentar verdadera preocupación por nosotros, nuestra generación mayoritariamente no
le importó lo más mínimo la existencia de estos lugares.

Otra cuestión relevante que destapó el 15M fue el que los jóvenes acabáramos
normalizando la precariedad como forma de vida. Inexplicablemente, el 15M no
produjo el auge sindical ya que las protestas iban contra el sistema sin entender, desde
mi punto de vista, que son las empresas los principales sustentadores del sistema. Los
jóvenes hemos aprendido en general a tragar con las condiciones laborales y nuestro
lema favorito es el: “Es lo que hay”. Aquí radica mi principal crítica al 15M y es que no
se vinculara a los sindicatos (como pasó en la República con la CNT) y no se
formularan protestas duras contra el sistema de precariedad empresarial. Delegamos
esos asuntos en los expertos y el miedo atenazó a la mayoría de personas de mi
generación en el “por lo menos tengo curro…” La mayoría de las personas de mi
generación no saben exactamente qué es un sindicato y les suena a algo demasiado
exaltado y que le puede generar problemas. Sí es lamentable que la gente de mi
generación no entienda como normal que un jefe que te paga en negro debe ser
denunciado a la inspección. La solidaridad laboral entre compañeros está bajo mínimos
y creo que es urgente que esto dé un giro radical a favor de una recuperación del
sindicalismo.
Para finalizar, creo que las nuevas generaciones reciclamos y actualizamos muchas de
las ideologías clásicas de izquierda, incluso ampliamos tesis del liberalismo puro que
poco tienen que ver con la estructura democristiana tradicional (que en nuestro país son
pilares ideológicos heredados de tiempos pasados en nuestro sistema democrático) para
aplicarlas a una mejor sociedad civil en un marco de ciudadanía republicana.
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