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Reflexiones sobre la juventud democrática del siglo XXI: el 15M

Foto del escritor: Miguel NavarroMiguel Navarro

Nos situamos en la esfera del 15M donde se abrió un abanico de posibilidades inmenso y en

el cual parecía que los jóvenes despertábamos de nuestro letargo y comenzábamos a

reivindicar lo injusto y sumamente imperfecto de nuestro sistema democrático. Nuevas

voces tomaban el micro de las asambleas abiertas para promover alternativas y formas

de vida diferentes a las lógicas capitalistas con las que nos habían educado. Es muy

cierto que otros, en cambio, jamás olieron lo que estaba pasando en las plazas de las

principales ciudades de nuestro país, y jamás mostraron un ápice de intención en

arrimarse lo más mínimo al 15M. Esas gentes que eran, son y seguirán siendo nuestros

amigos/as estaban convencidos/as de que es el mercado quien manda, y que lo más

importante es trabajar sin importar tampoco mucho la cifra que aparece en la cuenta

bancaria cada mes.


Una parte considerable de la juventud nos pronunciamos y fuimos a la plaza, también,

porque desde mi punto de vista, éramos los nietos de los Republicanos que sufrieron en

silencio el franquismo y quizá teníamos una deuda histórica para con nuestros abuelos.


De todas formas, mi sensación en el 15M fue que la inmensa mayoría de los que

estábamos allí, éramos jóvenes que nuestra familia nos había inculcado valores

democráticos de izquierdas (en mi caso fue mi propio padre quien me llevó a la plaza).

Tenía 19 años, asombrado por decenas de obras filosóficas que se amontonaban en mi

escritorio, no acababa de comprender exactamente la totalidad del fenómeno 15M, pero

también, una gran parte de mí decía que esa comprensión teórica del asunto era la

menos importante. En ese momento compaginaba mis estudios universitarios con el

trabajo como rider en una pizzería y cuando se hablaba de precariedad entendía

perfectamente de qué se estaba hablando - mi jefe me pagaba en negro la mitad de la

nómina -.


Sin embargo, el 15M desde mi punto de vista, no acabó de crear comunidad y fueron

egoísmos, liderazgos y abanderados de los principales grupos ideológicos los que

procuraban la desmembración paulatina de la noción de conjunto y, de manera

generalizada, cada vez más cada uno dialogaba únicamente con los suyos, con los que

pensaban de manera similar. En un proceso similar al que le ha sucedido al partido

político surgido del 15M (Podemos) la izquierda de nuestro país no se caracteriza por

promover la unidad y, de todas formas, quizá esa unidad tampoco sea lo más

importante. En todo caso, la noción de comunidad, desde mi punto de vista, fue un

bonito espejismo inicial en el que cantábamos todos a una, pero, las gentes de nuestra

generación han perdido el hábito de la integración comunitaria, más bien socializa en

grupos pequeños y en el supuesto del hablar en público ya se socializa de una manera

distinta, esto es, dirigida hacia la sociedad. Así, el ideal del ciudadano republicano

explicado por el profesor y filósofo Javier Peña en muchos de sus textos y sus obras

(como, por citar una: Democracia y ciudadanía: el enfoque republicano ISSN: e-2530-

8351) se aplicaba perfectamente al fenómeno: un conjunto que operaba mediante la

suma de nuevas perspectivas a los debates teniendo cosmovisiones completamente

diferentes y potenciando la diversidad al máximo.

En mi opinión, nuestra generación no está acostumbrada al hacer en común, a menos

que sea por obligación laboral o académica ya que se nos ha educado bajo el prisma

neoliberal de la competitividad. Por lo tanto, era lógico y normal- y nada triste- que esa

idea de comunidad fuera transformándose de a pocos en sociedad civil. Como también

entendí como lógico, el que los restos que quedaban del 15M se conjugasen en un

partido político para tratar de ahondar desde dentro del sistema en cambios más

profundos. Otra cuestión diferente es en lo que ha derivado Podemos ya que ha dejado

de integrar, de sumar gritos y energías comunes y creo que la gran mayoría ha dejado de

sentir que Podemos ya ni siquiera es los restos del 15M: hoy en día, es un grupo de

comunistas de Madrid.


Así como con el tema de la comunidad no acabo de estar de acuerdo, sí me adscribo a la

noción de horizontalidad participativa que irrumpió con el 15M. En una sociedad

acostumbrada a la estructuración fija de la representación y de los liderazgos, se generó

un espacio de policoralidad en el que diferentes corrientes de opinión convergieron en la

plaza y se les dio voz significativa para establecer debates tremendamente inspiradores.

El “aquí hablamos todos” fue una práctica de democracia real aunque fuere a nivel

teórico y de propuestas, ya que la derivación práctica más allá de la paralización de los

desahucios costaba muchísimo de materializar. Lo horizontal trajo la paciencia, la

escucha de lo heterogéneo y una actitud política democrática que no debiera perderse en

estos tiempos en los que los egocentrismos están en auge. Cierto es también que desde

el Estado se nos permitió, bajo una libertad condicional, la protesta activa y nuestra

forma de reivindicación. Cierto también es, que el diálogo con la estructura vertical

sistémica poco nos interesaba, ya que estábamos convencidos de que con las protestas

frente al plan Bolonia había fracasado ese debate, y que ya no nos interesaba estar

tutelados: ahora éramos nosotros los que debíamos ser escuchados y tenidos

verdaderamente en cuenta.


Por otro lado, en el 15M también se posibilitó la irrupción de nuevas corrientes de

pensamiento no mayoritarias en la sociedad española (con mayor calado en Europa)

como las corrientes ecologistas, de conciencia social, de solidaridad ciudadana y ayuda

mutua que nos propuso otra manera de entender la realidad. Entendimos (los que

estábamos en la plaza, los que no estaban claramente no) que la lógica individual

capitalista había fracasado por ser ridículamente insuficiente. Entendimos que la

comunidad fue un sentimiento bonito inicial. Pero muchos entendimos que la sociedad

requería de nuevos planteamientos vitales más acordes con sensibilidades preocupadas

con los problemas planetarios. El 15M, sin lugar a dudas, generó conciencia y, sobre

todo, autoconciencia.


El municipalismo se propuso como alternativa principal a la lógica estatal y es

tremendamente cierto que la ciudad de Valencia no sería lo que es hoy en día si no fuera

por el 15M. Las propuestas ciudadanas se fueron incluyendo con intensidad desde el

año 2015 con el Pacto del Botànic y esta tendencia prosigue a día de hoy: hoy los

ciudadanos tienen muchísima más voz e importancia que hace 15 años y es gracias a

que muchos fuimos a la plaza a reivindicar que se nos escuchase y que se tuvieran en

cuenta nuestras propuestas. Le dimos jarabe democrático a las colapsadas y opacas

instituciones y esos nuevos aires frescos se han traducido en una ciudad, por ejemplo,

que ha potenciado al máximo su orografía para ser puntera en el carril bici, siendo

asimismo de este modo, muchísimo más verde que hace 15 años.


Sin embargo, el municipalismo es un proyecto político que puede aspirar a ser

transformador quizá como modelo de ciudad a nivel nacional o internacional. Pero sigue

existiendo una brecha gigante entre el municipalismo del mundo urbano y el del mundo

rural. No creo que las iniciativas sociales del municipio de Calasparra tengan la

relevancia, el nivel mediático y la potencia en un mundo globalizado que impone y

normaliza cada vez más como única lógica existencial y prioritaria la vida en la ciudad.

De hecho, en un pueblo no tan pequeño como el mío (Llíria, 25000 hab. Aprox.) el 15M

no duró más de 2 días y los pocos que lo impulsaron tuvieron que acercarse a la ciudad

para poder participar activamente en el diálogo tan interesante que se estaba generando.

Nuestras proclamas fueron de la mano de una gran solidaridad social intergeneracional.

El 15M no sólo fue un conjunto de protestas juveniles, requirió de la experiencia,

madurez y perspectivas de personas de generaciones no tan jóvenes construyendo un

verdadero espacio democrático, un debate con ansias de cambios profundos cuya

propiedad no era meramente de los jóvenes (las protestas de los pensionistas también

creo que podemos afirmar que son un legado del 15M). Quizá esta solidaridad social

intergeneracional de escucha activa también permeó durante un tiempo en el sistema

democrático (cultura cívica, cultura política, cultura educativa), no obstante, creo que

diez años más tarde podemos afirmar con realismo y sin pecar de derrotistas que

finalmente la lógica del Estado (y del mercado) se acabó imponiendo, al 15M, a

Podemos y a la sociedad en general en su conjunto. Dimos de bruces con la

Constitución Española y nos dimos cuenta de que por mucho que habláramos y

deseáramos el cambio hay cosas que parecen religiosamente inquebrantables en este

país y que parece que nunca se van a poder modificar sustancialmente.


Creo que el 15M también derrocó la voz de la autoridad ya que la voz de cada

ciudadano tenía la misma validez fuese vecino carpintero de Patraix, o fuese catedrático

de Universidad residente en la urbanización de lujo Valterna. Todo cabía en el 15M,

nadie sobraba y nos dimos cuenta que de nada importaban las lógicas individuales ya

que el yo no es nadie si no aporta de alguna manera a la sociedad.


Además, durante un tiempo creímos que habíamos derrocado el monopolio del Estado y

es cierto que el municipalismo (urbano) sigue potente a día de hoy gracias al 15M. De

hecho, es de lógica vital que el ciudadano tenga una relevancia y voz importante donde

vive y que se apliquen recursos directos a solucionar los problemas micro, los

problemas concretos y reales de los ciudadanos que viven siempre en primer lugar en su

propio municipio. El denominado pluralismo del Bienestar es palpable con ejemplos

como la creación de una nueva parada de metro (por necesidades concretas de personas

minusválidas), la mayor atención a la diversidad, la modificación de rutas de autobús

público a favor de la movilidad sostenible, la participación directa y asamblearia de una

parte considerable del presupuesto público y muchísimas medidas concretas más que

son importantes para la calidad de vida del individuo en su municipio generando, sin

lugar a dudas, inclusión social.


El ciudadano ha entendido la importancia de la participación y pienso que lo que antes

estaba canalizado vía asociaciones creo que a día de hoy es el propio ciudadano quien

toma la palabra y dirige las demandas necesarias para mejorar cuestiones concretas de

su ciudad. Así, efectivamente la sociedad civil se amplía transformando, dando

alternativas o conservando los aspectos que se remarcan como importantes (y no tan

importantes) de su primera realidad directa.


Por otro lado, humildemente creo que quizá sea un tanto hiperbólico hablar de una

segunda modernidad a raíz del 15M. Quizá, sí podríamos entender la tendencia hacia el

municipalismo urbano y la tendencia hacia la horizontalidad como cuestiones

verdaderamente novedosas que han surgido en nuestro siglo XXI y a partir del 15M.

Pero creo que el 15M no ha acabado de ser los cimientos de una nueva realidad o de un

nuevo período histórico. La digitalización extrema y la pandemia del Covid-19 han

sido, son y serán más determinantes para configurar una nueva realidad a nivel mundial,

Estatal y municipal.


Con todo, el Estado ha dejado de ser el canalizador y garante del interés general. El

momento de decadencia y mediocridad política profunda que vivimos desde hace unos

pocos años está generando una desafección más profunda si cabe que la anterior a 2008.

Y la única participación política verdaderamente activa a día de hoy es la vía del

municipalismo. Sin embargo, los jóvenes de pueblo seguimos sin tener mucha

presencia, anclados a los designios del alcalde (que beneficia a sus votantes

exclusivamente) y acabamos mayoritariamente por hacer toda la vida social en la

ciudad, que es la que ofrece un gran número de posibilidades de ocio y de participación

ciudadana. En muchos municipios valencianos se puso de moda que los alcaldes

construyeran centros para la juventud que no dejaron de ser espacios vacuos sin

verdadero atractivo real para los jóvenes. También, puedo afirmar que como nosotros no

demandamos esos espacios y fueron los alcaldes quienes los construyeron sin más para

aparentar verdadera preocupación por nosotros, nuestra generación mayoritariamente no

le importó lo más mínimo la existencia de estos lugares.

Otra cuestión relevante que destapó el 15M fue el que los jóvenes acabáramos

normalizando la precariedad como forma de vida. Inexplicablemente, el 15M no

produjo el auge sindical ya que las protestas iban contra el sistema sin entender, desde

mi punto de vista, que son las empresas los principales sustentadores del sistema. Los

jóvenes hemos aprendido en general a tragar con las condiciones laborales y nuestro

lema favorito es el: “Es lo que hay”. Aquí radica mi principal crítica al 15M y es que no

se vinculara a los sindicatos (como pasó en la República con la CNT) y no se

formularan protestas duras contra el sistema de precariedad empresarial. Delegamos

esos asuntos en los expertos y el miedo atenazó a la mayoría de personas de mi

generación en el “por lo menos tengo curro…” La mayoría de las personas de mi

generación no saben exactamente qué es un sindicato y les suena a algo demasiado

exaltado y que le puede generar problemas. Sí es lamentable que la gente de mi

generación no entienda como normal que un jefe que te paga en negro debe ser

denunciado a la inspección. La solidaridad laboral entre compañeros está bajo mínimos

y creo que es urgente que esto dé un giro radical a favor de una recuperación del

sindicalismo.


Para finalizar, creo que las nuevas generaciones reciclamos y actualizamos muchas de

las ideologías clásicas de izquierda, incluso ampliamos tesis del liberalismo puro que

poco tienen que ver con la estructura democristiana tradicional (que en nuestro país son

pilares ideológicos heredados de tiempos pasados en nuestro sistema democrático) para

aplicarlas a una mejor sociedad civil en un marco de ciudadanía republicana.

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