Hablábamos Miguel y yo sobre estética y ritualística después de una de sus funciones en el museo Eugenio Granell de Santiago de Compostela, en este caso de su obra recién parida y titulada Veneficio de lo cotidiano y cómo remediarlo, y recuerdo como abordábamos la temática desde órbitas totalmente distintas. Miguel, con dotes muy superiores en lo que habilidades e intuiciones artísticas se refiere respecto a un servidor, se emocionaba diseccionando los distintos puntos de su obra ante la atención de todos los allí reunidos en torno a cañas y conversación post-actuación. Escuchando sus reflexiones y fundamentos de la obra, no pude más que asentir e intentar descifrar lo que Miguel nos contaba desde una perspectiva puramente racionalista - la cabra tira para el monte, siempre - y siendo esta visión insuficiente y seguramente equivocada, acabé con dudas sobre lo que había visto en el museo pero no con mi grata experiencia que vivencié durante el transcurso de la obra.
Pasado un tiempo, Miguel y yo nos volvimos a ver y fue en aquel momento en el que me descubrió a Katya Mandoki y su obra Estética cotidiana y juegos de la cultura. Me confesó que era un libro del que sacó la gran mayoría de los fundamentos de su obra. Con decisión firme, me abalancé a la lectura de la pensadora mexicana. Con no poca sorpresa para mí, el libro trata de arrojar luz sobre la discusión estética tomando como referentes desde a Immanuel Kant hasta Pierce, entre otros muchos, teniendo un claro carácter académico y acompañado por una claridad en sus exposiciones muy a tener en cuenta. Cita Miguel al principio de su obra una frase de la propia Mandoki la cual, sin duda alguna, resume en gran medida lo que tanto Mandoki como Miguel - desde ventanas distintas hacia el mundo - tratan en sus respectivos libros, que dice así:
La noción de “experiencia estética” es un pleonasmo como la de “objeto estético” un oxímoron y la discusión en torno a ellas una aporía.
Qué cosas tiene el ser humano. Cuando disfruta o sufre por algo no se queda con el propio sentimiento en sí si no que trata de diseccionar el porqué de estos sentimientos recolectados a través de la experiencia vivenciada. No es de mi incumbencia tratar si esto último es necesario o no, pero que se trata de un hecho me parece de clara evidencia empírica. De esto y mucho más habla Miguel en su obra que hoy tengo el honor de traer a la página web, mediante un pequeño extracto de carácter epistolar entre el propio Miguel y su amigo Oscar, haciendo partícipe al espectador - de una manera vouyer - del intercambio de vivencias entre ellos dos, recobrando un tono literario que únicamente puede darse en la redacción de una carta, y en la cual podemos disfrutar de un claro ejemplo sobre el pleonasmo de una "experiencia estética" o del oxímoron intrínseco del denominado "objeto estético" acabando, irremediablemente, en una aporía.
Fernando Mosteiro
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querido Oscar,
hace tiempo que no tengo noticias tuyas y a estas alturas ya no sé cuál de los dos debe carta. Imagino que tu día a día seguirá tan turbulento como la última vez que nos encontramos; me alegra pensar que así es, siempre y cuando el ajetreo derive de buenas causas.
lo último que supe de ti, porque apareciste en una conversación con Mateos, es que estabas recorriendo Bilbao. Espero que fuese una visita estimulante y enriquecedora. Desconozco si estás de vuelta en el momento de escribirte, pero si no es así esta carta esperará paciente tu regreso en la única dirección que encuentro entre remites pasados.
por mi parte sigo curioseando por los terrenos liminales de siempre. Sabes que disfruto el resquicio de la idea y que me acomodo en los rincones más apartados de cada concepto. En esta línea te comparto un fragmento de mi exploración del acto de decisión. Soy consciente de que es el nacimiento de algo inmediatamente caduco, pero no por ello me resulta menos divertido:
25 de Marzo de 2015 declaro a partir de este momento que el mundo que genera mi conciencia, es decir, mi percepción subjetiva de la realidad, es una obra de arte. Se convierte así en la única obra en la que el público está estrictamente limitado a la figura del propio artista, además de en el readymade más grande del mundo.
la obra tiene dos líneas de evolución: la evolución del propio artista, mi evolución, como persona y ser sintiente; y la evolución autónoma de la realidad que me rodea, que es a la vez materia prima y producto final tal y como yo la conozco.
espero noticias tuyas. Sé consciente de que ahora formas parte activa de mi ‘gran obra’.
(es una vulgaridad transcribir las carcajadas, pero quiero que sepas que he pasado un buen rato redactando esto)
un fuerte abrazo,
miguel
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Querido Miguel,
Siempre es un placer recibir noticias de ti. Siento haber estado desaparecido pero este ritmo de vida bohemio me hace difícil sacar el tiempo que merece escribir esta carta, así que aprovechando que, recién llegado de un viaje, sin fuerzas para bajar al bar y con unos cuantos cigarrillos suplicando que acabe con ellos a lo largo de esta noche, me dispongo a escribir lo que espero que sea una buena carta.
Primero las trivialidades de la vida: todo sigue más o menos igual que la última vez que hablamos, sigo falto de dinero y de tiempo y me siguen sobrando ganas y talento. De amores sigo igual que siempre, dejo a tu criterio decidir si eso es bueno o malo. Y han surgido algunas versiones que creo que tienen detalles interesantes pero ya las comentaremos con la compañía de un buen vino (o uno malo, lo importante es que haya copa).
Sobre mi visita a Bilbao tengo una experiencia que me gustaría compartir contigo:
Tuve la suerte de poder volver a visitar el Guggenheim, e imagino que recuerdas la obra de la planta baja de Richard Serra “La materia del tiempo”. La primera vez que vi esta obra me pareció una patraña, una basura“ ¿Cómo podía ser que aquellas esculturas gigantes sin el menor sentido se pudieran considerar arte? ¿Acaso aquello tenía algo que ver con la técnica y la calidad de escultores como Miguel Ángel o Bernini? Si solo son piezas de metal muy grandes y sin ningún tipo de sentido”.
Esta segunda vez tengo que confesarte que la experiencia ha sido otra: empecé a recorrer los espacios y recuerdo entrar en esculturas pequeñas a la vista, pero tardar un montón en recorrerlas y el efecto inverso, esculturas que parecen laberintos y se recorren en apenas segundos y entonces entendí una cosa, está obra no está hecha para mirarla, si no para vivirla; la obra sólo cobra sentido cuando te metes en ella, cuando la recorres y cuando dejas de posicionarte en “si eso es o no arte” y te dejas llevar. Por supuesto me pareció una jodida genialidad.
Es curioso cómo una misma obra, vista con años de diferencia, puede cambiar tanto la experiencia que tienes con la misma, y es que lo interesante no es que cambie la obra, es que los que cambiamos somos nosotros y por eso la experienciamos de manera distinta, y ¿qué es el arte sino experiencias?
Y otra conclusión que saco a partir de esta experiencia, es que antes era idiota. ¿Habrá con el tiempo otra experiencia en el futuro que me haga llegar a la conclusión de que mi yo de hoy, es también idiota? ¿Será que cada X años uno tiene que llegar a esta conclusión para seguir evolucionando como persona? Bueno, no querría despedirme sin aprovechar para comentarte una anécdota sobre Richard Serra. Sinceramente no he querido comprobar si es cierta, y la verdad es que tampoco me importa, no me gusta que las verdades estropeen una buena historia.
Resulta que a Richard Serra le encargaron una obra para el Reina Sofia, una obra del tamaño de las que están expuestas en el Guggenheim, la obra estuvo expuesta hasta que uno de los rectores del museo decidió quitarla y se guardó en unas naves industriales. Hasta aquí todo bien, pero años después quisieron recuperar la obra para volver a exponerla y resulta que… no estaba. La empresa encargada de almacenarla había entrado en concurso de acreedores y en donde se suponía que tenía que estar no estaba y por supuesto nadie sabía ni sabe nada. Aquí se abren dos posibilidades:
A. Un señor muy rico y muy formado en arte la compró y está por ahí, en alguna mansión de algún ricachón para que la disfruten él y sus amigos.
B. Ahora mismo esa obra de arte son tubos de escape de coches usados. Alguien la vio, dijo “pero qué mierda es esta” la desmontó y aprovechó el material para hacer cosas útiles.
Por supuesto para mí la opción es la B. Me resulta fascinante perder una obra de arte que puede pesar cuatro toneladas.
No acabo de entender la obra que propones en tu carta, si puedes y cuando tengas a bien contestar esta carta me gustaría que desarrollaras más el tema, para tratar de entenderlo y poder darte una opinión de cierto valor.
Me despido por ahora e intentaré mantener esta correspondencia de manera más habitual.
Un abrazo enorme,
Oscar.
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