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Artesanos de la felicidad


Lucia Juanatey Fernando osteiro
Cocadas de @luciajuanatey

Desde pequeñito siempre me fascinaron los trabajos manuales. Recuerdo con nostalgia los hornos de piedra de un viejo panadero de mi aldea que llegó a contar noventa y cuatro años y que seguía trabajando en su panadería, en su diminuto rincón del mundo, al que yo acudía feliz y jovial a comprarle "unha bola de pan" para acompañar la comida que mi padre haría ese mismo día. El mejor pan que he probado en mi vida sin lugar a dudas, he de confesar. A veces llegaba muy pronto al horno del señor Barreiro, antes de que terminara la primera tirada de pan, y quedaba a la espera hablando con él y observando con detenimiento su arte al crear el pan. Lo recuerdo como una danza que repetía continuamente hasta que entregaba sus creaciones al fuego de leña para completar su transformación.


He aquí la cuestión que quiero traer al lector/a, el cual seguramente se encuentre confuso porque pensará "¿Dónde está Lucía?¿Qué hace el melenas este hablándonos de recuerdos de su infancia? Yo que venía a disfrutar de mi reflexión y receta semanal..." No se preocupe, no le quitaré más tiempo que el necesario. Con el beneplácito de Lucía, quiero dedicar este texto a ella y a todos sus compañeros de gremio, los que me gustaría denominar de aquí en adelante como artesanos de la felicidad.


Tal y como contaba al principio, admiro el trabajo manual sea en el ámbito en el que se desarrolle. Puede ser porque soy un negado en esos campos, he de reconocer que no es mi punto fuerte y ¡no será porque no lo haya intentado! Pero cuando algo no es, no es. Habiendo reconocido esto en mí, encontré refugio creativo en la abstracción. Y si, digo refugio porque ¿Qué es sino el proceso creativo para una persona? El ser humano es un animal creador por naturaleza, tiene incrustado tanto en su ADN como en su psique la necesidad imperiosa de manipular la realidad que le rodea y transformarla a su antojo. No es casual que las grandes religiones y creencias humanas orbiten sobre un ser creador de todo lo existente, una metáfora de la divinización del humano como especie y por la que nos regimos consciente o inconscientemente, queramos o no queramos, nos guste más o nos guste menos. "Y llegado el séptimo día, descansó", hombre claro, como para que no parara un rato aunque sea, ¡si llevaba seis días enteros trabajando! No se puede entender la creación, el proceso creativo, sin su correspondiente descanso. Son caras de la misma moneda.


Pero no perdamos el asunto que nos atañe. Creo firmemente que, como animales, encontramos nuestro sentido vital en desarrollarnos lo mejor que podamos como mamíferos bípedos con ansias de crear que somos. Decía Freud que el proceso creativo, es decir la creación, es una manifestación directa de nuestros instintos. Quiero traer a colación el ejemplo de mi gato para poder hacerme entender mejor. Mi gato necesita llevar a buen término varios instintos propios de su especie para ser feliz y sentirse satisfecho. Esto parece obvio a primera vista, pero os aseguro que no lo es para nada. Mi gato necesita cubrir sus necesidades fisiológicas - comida, agua y arenero -, rascadores repartidos por todo el piso para afilar sus mortales armas, las uñas; desempeñar su rol biológico de cazador, ya sea con mis piernas o con las moscas que entran en casa, sobre todo ahora con la llegada del calor, y por último sentirse seguro, encontrar un refugio. Como cantaba Mick Jagger: Gimme some shelter!


Después de hacer un repaso al apasionante día a día de mi gato, podemos observar que en varios aspectos no nos diferenciamos en nada como humanos. Pero lo que no podemos encontrar parecido con él es en nuestra devoción a crear. Le preguntaba a Lucía antes de iniciar la redacción de este texto:


- ¿Cuáles son tus pilares, porque mandamientos te riges a la hora de trabajar en tus pasteles?


Y ella me respondía:


- Para mí, mis mandamientos son el uso de buenos ingredientes, de temporada y locales. Y el mero hecho de realizar - entiéndase aquí crear también - a modo de repetición lo mismo, sabiendo que te va a salir bien, te da sensación de control y de tranquilidad.


No le falta razón alguna y la entiendo completamente. Todo lo que expone Lucía anteriormente es una definición perfecta del buen hacer creativo. Primero, conocer el mundo que te rodea con el mayor detalle posible, del cual podrás extraer las materias primas necesarias para tu creación (uso de buenos ingredientes, de temporada y locales). Segundo, la satisfacción de haber encontrado y desarrollar con ahínco tu propio proceso creativo, el que te define y realiza como ser humano, mediante la repetición del proceso con su principio y fin, como si de un ritual se tratara - como al gato comportarse como gato le hace sentirse gato, por ende, completo -. Y el uso de la palabra ritual aquí no resulta baladí, ya que en un mundo profano como en el que vivimos a día de hoy necesitamos, es más ansiamos, de este tipo de conexión con lo que hacemos. Lo que creamos se conforma como una extensión de nuestro propio ser, un método de expresión perfecto mediante nos confirmamos como entes únicos y nos comunicamos con nuestros semejantes (la repetición de lo mismo, sabiendo que te va a salir bien, te da sensación de control y tranquilidad).


No hay mayor placer para un oyente que escuchar hablar a alguien de lo que le apasiona, de lo que le conmueve. De lo que ama. Porque en el desarrollo instintivo de las inquietudes, de la obsesión divina de la que hablaba Platón, encontramos un bálsamo para nuestra existencia. Es innegable que todo procedimiento creativo es terapéutico, porque hemos nacido por y para ello. Solo debemos hacernos una pregunta: ¿Qué queremos crear?


Lucía lo tiene claro, creo que ha encontrado su proceso, su creación. En otras palabras: su bálsamo. Y como todo está interconectado, podemos observar - si miramos más allá de lo que nuestros ojos nos permiten - que cuando una persona logra discernir su camino creativo y explotarlo, acaba provocando un bienestar en su comunidad. En el caso que estamos tratando, la parte final del ritual creativo de Lucía no lo protagoniza ella sino sus comensales, sus clientes, que cada día se acercan a su diminuto rincón en el mundo para disfrutar del buen hacer ajeno, de su artesanía de la felicidad. Por lo que nos podemos preguntar ¿Qué mayor recompensa se puede obtener que esto último? Hay un proverbio latino que me encanta y siempre lo saco a colación cuando puedo, como buen amante del vino que soy: In vino veritas, que puede traducirse como "en el vino está la verdad" pero, qué carajo, en este caso me gustaría gritar ¡In pasteles veritas!




Tal y como realiza Lucía en su página web, ella misma os deja una receta para que podáis probar en vuestras casas de sus deliciosas cocadas. ¡Os recomiendo encarecidamente que visitéis su blog! https://lumepasteleria.substack.com/


RECETA, de la mano de Lucía Rodríquez-Juanatey (@luciajuanatey)


Al igual que Fernando, asocio la pastelería (en todas sus vertientes) con mi infancia. Será cosa de gallegos, el amor que sentimos por las masas, somos yonkis de los bizcochos, las bicas y el pan. Preguntes a quién preguntes, en Galicia nadie va a preferir una tartaleta de crema de yuzu antes que un trozo de rosca o larpeira bien hecha.


Dicen que los gallegos somos muy nuestros, que nos cuesta mucho elegir y, es que de entre todas nuestras maravillas, es difícil quedarse sólo con una. En mi casa y gracias a mi padre, siempre destacó una, no especialmente reconocida, pero que para mí es una asociación directa a “hogar”; las cocadas.


Ingredientes


- 4 huevos

- 300 gramos de coco rallado

- 100 gramos de azúcar blanco

- 180 gramos de miel

- 1 cucharada de ron Malibú (opcional)


La versión tradicional de este postre es mucho más sencilla que la te que voy a explicar a continuación. Como no soy una persona a la que le guste decidir sobre la vida de los demás (aunque a veces lo intente hacer, lo siento, soy humana), te diré que, si simplemente mezclas bien todos los ingredientes (huevos batidos previamente), formas bolas con tus manos y horneas durante 25 minutos a 175 grados, obtendrás, no el mismo resultado, pero sí unas cocadas. Si quieres hacer mi versión continúa leyendo.

  1. En una olla, mezclamos los huevos (previamente batidos ligeramente) con el azúcar, la miel, el coco y el ron. Te prometo que aunque no lo parezca, no es la misma receta que te acabo de explicar.

  2. A fuego bajito removemos con una espátula o cuchara de madera y dejamos que reposen durante 5 minutos. Repetiremos este proceso de remover y dejar reposar 5 minutos hasta que obtengamos una masa uniforme, ligeramente tostada (QUE NO QUEMADA) pero jugosa.


¿Por qué seguimos este proceso?

Creo que uno de los motivos por los que las cocadas no entran dentro de los postres favoritos de los gallegos es - obviando la exagerada cantidad de detractores del coco que caminan libremente por el mundo- porque resultan muy secas. El coco, al ser el ingrediente principal del postre, combinado con el huevo, que necesita un alto tiempo y calor para su cocción (no nos gusta la salmonelosis) aporta a estas galletas una sequedad que puede ser fácilmente evitable. Cocinando a fuego lento durante un tiempo prolongado, coceremos el huevo lo suficiente para que no nos mate y no quede como una tortilla de hospital. Permitiéndonos después disminuir el tiempo de cocción a 7 (SI HAS LEÍDO BIEN) minutos en el horno. Es un poco como hacer huevos revueltos a le ´Jaime Oliver, despacito y con cariño.


Formaremos bolitas con una cuchara heladera (si tenemos) y las colocaremos sobre una bandeja de horno ligeramente separadas.

(míralas a ellas qué jugosas)


Hornearemos durante unos 7 minutos a 180 grados y, aunque no lo creas, están listas. Bo proveito!


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