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Foto del escritorFernando Mosteiro

El amor en tiempos de Tinder

Actualizado: 6 may 2021


Amor Fernando Mosteiro
Reinterpretación del cuadro «Los amantes», de Magritte. Imagen de xeniakenakis en Pixabay

¿Amor? Vamos, la gente no quiere amor, la gente quiere triunfar, y una de las cosas en las que puede hacerlo es en el amor - Charles Bukowski


El amor, o lo que creemos amoroso y del ámbito del romance, es uno de los grandes temas de discusión del ser humano desde tiempos muy lejanos. Fuente de inspiración y gozo para unos, pozo de anhelos y deseos frustrados para otros, no cabe duda que el amor nos define como seres humanos en nuestros actos u omisiones en cualquiera de sus formas.

Ahora bien, podemos tomar en consideración los frenéticos cambios que en las últimas décadas se están experimentando, llegándonos a poder plantear si, dentro de toda esta vorágine tecnológica, nuestro sistema relacional y emocional ha variado debido al surgimiento de nuevas formas de comunicación e interacción.

Creo que a estas alturas todos y todas de la denominada generación millennial y de la generación Z, aquellos nacidos desde 1981 en adelante, conocen de sobra aplicaciones como Tinder, Badoo entre muchas otras con variaciones, por ejemplo, de orientación sexual; las cuales podemos decir que serán, si no lo son ya, las plataformas virtuales idóneas para socializar con nuestros semejantes. Mi intención a la hora de escribir este artículo no trata de ningún modo de convertir esta reflexión en una crítica superficial de este tipo de aplicaciones. Creo firmemente que todo ser humano es presa del tiempo que le toca vivir y cualquier nostalgia del pasado no es más que una mera idealización de un tiempo inexistente. Resulta totalmente necesario conocer este pasado pero no pretender retornar a él, siendo una empresa de una imposibilidad evidente.

Mi intención a la hora de sacar a la palestra aplicaciones como Tinder no es más que la de intentar demostrar que, aunque el sistema de relaciones varíe con el paso del tiempo y este se someta a nuevas reglas y procederes, el concepto amor y todo lo que forma su contorno sigue sin mutación alguna, continúa conformando un arte como diría Erich Fromm, el cual debemos pulir y trabajar de forma activa y constante.

Para ello diferenciaremos de ahora en adelante amor de enamoramiento, basándonos en pensamientos de Ortega y Gasset recopilados en su obra Estudios sobre el amor de 1939, la cual recomiendo encarecidamente su lectura si alguien quiere ahondar en el tema que nos atañe hoy.

Ortega y Gasset Fernando Mosteiro
José Ortega y Gasset. ULLSTEIN BILD / GETTY

Ortega define al enamoramiento como "un fenómeno de la atención". En un estado de no-enamoramiento, nuestra conciencia se halla inmersa en una amalgama de objetos, tanto interiores como exteriores, existiendo una cierta jerarquía y orden entre todos ellos. Siempre habrá objetos que capten nuestra atención mientras que otros queden relegados a modo de coro o fondo de nuestra conciencia, pudiendo haber en todo momento, y por vicisitudes de la vida misma, un cambio de foco y de priorización de nuestra atención, algo a lo que Ortega define como normalidad entre lo consciente (aquello que se encuentra en primera línea de nuestra atención) y lo subconsciente (aquello que se halla en segunda línea). ¿Pero qué ocurre cuando el sujeto se enamora? Durante la historia de la literatura podemos observar el recurso de este proceso como fuente de inspiración literaria, desde los poemas de Petrarca hasta la lírica romántica del siglo XIX, pasando incluso por estilos como el misticismo barroco o amor divino, ejemplificado en San Juan de la Cruz entre otros. Para Ortega, este proceso amoroso que tantos ríos de tinta suministró durante siglos, poco o nada tiene que ver con el concepto primario de amor siendo, más que una manifestación de este, una neurosis de la atención de nuestra consciencia. Mientras tanto, nos encontramos bajo los efectos de este "embrujo" en el que nuestra atención, antes dimensionada y multidisciplinar, ahora radica y realiza su foco sobre el objeto amado, convirtiendo lo que antes era tanto de una forma consciente como inconsciente de nuestra valoración e importancia, en un asunto trivial e incluso lejano en el cual ya no nos reconocemos. El objeto amado recibe el foco de nuestra atención de forma unánime y sin fisuras, llegando a convertirse en el propio eje terrestre sobre el que rotamos cada día. Este sentimiento, al que Ortega calificó de maniático, es la consumación y destrucción del yo frente al otro. Dicho de otra manera, de nuestra propia idealización del otro como objeto. Aunque parezca paradójico, el sujeto enamorado siente que su vida de conciencia se enriquece, pero solo por el mero hecho de que se constriñe sin dejar fleco alguno, con lo que termina concentrándose mientras se oprime. Por contra, ¿Qué es el amor? Resulta ser una pregunta de una dificultad radical, ya que podemos encontrar fácilmente lo que no es amor, como si se fuera descartando productos de la lista de la compra, aunque creo que es mi deber en este artículo de exponer lo que, en mi humilde opinión, es un acercamiento al concepto. Amar es movimiento, es una continua transición de una forma a otra, como el discurrir del agua de un río, el cual si detenemos su propio transcurso hacia el océano provocaremos su emponzoñamiento. El agua que no fluye se torna turbia, mustia con lo que pierde sus características esenciales. El amor es expansión, es una búsqueda de uno mismo en el otro, es un engendrar en el semejante de una manera honesta e irrefutable. Con atributos radicados en lo infinito, pero desarrollado y vivido por seres finitos. Como un río en su tránsito hacia el océano. Entonces, si damos por válido lo narrado anteriormente, ¿Qué problemas pueden suscitar los cambios en el sistema relacional del siglo XXI? Facebook, Instagram, Tinder etc... plataformas virtuales donde cualquier ser humano se relaciona y en las cuales puede surgir un sentimiento amoroso en cualquier momento, pueden legar a ser perjudiciales. Estos nuevos lugares virtuales basan su vehículo comunicativo en la imagen, reflejos que por lo general intentan expresar - y en algunos casos trucar - las virtudes de la persona que se oferta, como si se tratara del mercader que depende de su venta para su sustento. El problema fundamental de que la imagen sea el elemento comunicativo imperante resulta de que una imagen no transita, puedes acceder una y otra vez y observar la misma foto y con ello colmar la misma necesidad que tenías en el pasado, haciendo que tú mismo permanezcas estático. En estos casos es sumamente complicado llegar a engendrar, a empatizar y a nacer del semejante, como si de un ser híbrido se tratara, y mediante el cual su avance se convierta en tuyo y viceversa. Es casi imposible poder revelar y conocerse a sí mismo mediante la utilización de estas plataformas, ya que la atención quiere ser direccionada hacia el objeto potencialmente amado, obviando la necesaria mirada "hacia dentro" que cualquier ser humano necesita para poder amar. Uno puede echar la mirada hacia atrás unos diez o quince años, y no es difícil darse cuenta de lo vertiginoso que resulta el proceso de cambios tecnológicos que nos afectan a nuestro día a día, tanto de forma individual como de conjunto. La gran cuestión humana será ,si no lo es ya, la necesaria y urgente sumisión a la persona de los avances tecnológicos de nuestra era, en contra de una des-humanización provocada por estos últimos. Dos caras de una misma moneda pero con valores totalmente opuestos, tanto para la felicidad humana como para el ausente humanismo contemporáneo.

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