"Todos vosotros que amáis el trabajo salvaje y lo rápido, nuevo, extraño; os soportáis mal a vosotros mismos, vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí mismo. Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante contenido para la espera, y ni siquiera para la pereza!"
Así habló Zaratrusta, p. 76.
Puedo inducir a engaño a mi bien querido lector/a abriendo este artículo con la cita anterior de Friedrich Nietzsche, dando a entender que la reflexión que nos atañe en el día de hoy girará en torno al pensador alemán, sin ser en ningún caso mi intención. Este pequeño extracto aparece citado en la obra de Byung-Chul Han La sociedad del cansancio, ensayo clave en el pensamiento actual y del cual desgranaré ciertos postulados a continuación, conformando así un ligero aperitivo para aquél que quiera ahondar en la materia.
El análisis exhaustivo que realiza el pensador surcoreano, afincado en Alemania, sobre la sociedad del siglo XXI brilla por su frescura y contemporaneidad. El animal laborans del que hablaba Hanna Arendt se perfecciona, no dando paso al abandono total de su propia individualidad sino todo lo contrario. El exceso de positivismo dialéctico convierte al individuo en señor y vasallo, en explotador y explotado de sí mismo. El poder hacer sustituye al deber hacer, convirtiendo al sujeto en un esclavo de su propia autorrealización.
El poder coercitivo ya no se encuentra en lo externo al individuo, sino en su propio interior, dando así una sensación de falsa libertad con la que se justifica y blinda la explotación sin límites. ¿Quién se puede rebelar contra uno mismo, contra su yo ideal?
Toda esta coerción es debida, entre otras muchas variables, a la temporalidad; es decir, a lo mensurable en días, horas, minutos y segundos. Como un moderno Prometeo que sufre el dolor inefable provocado por el siempre puntual águila que devora su hígado para que, instantes después, este se regenere y vuelva a estar dispuesto a la tortura; el ser humano del siglo XXI es presa de su consciente finitud.
¿Cuándo el individuo deja de ser consciente, al menos durante un breve espacio de tiempo, de su temporalidad? Byung-Chul Han hace una defensa a ultranza del tiempo festivo en contraposición del tiempo mensurable, en palabras del propio filósofo:
El tiempo de la fiesta es el tiempo que no transcurre. Es, en un sentido peculiar, el tiempo sublime. (...) La fiesta es el acontecimiento, el lugar donde se está entre dioses, es más, donde uno mismo se vuelve divino. Los dioses se alegran cuando los hombres juegan. Los hombres juegan para los dioses. Cuando vivimos en unos tiempos sin festividad, en una época sin fiesta, perdemos toda relación con lo divino.
La búsqueda continua de lo inmediato, de lo consumible y de lo artificial nos aleja inevitablemente de lo que nos hace humanos. Resulta importante destacar que cuando Han se refiere a lo divino, no interpela al rito religioso estricto y por todos de sobra conocido, sino que lanza una soflama en pos de la vida, mera vita como se refiere él en sus textos: la vida que merece la pena ser vivida.
Porque, ¿no es acaso verdad que cuando más disfrutamos, más satisfechos nos sentimos con nuestra existencia es cuando experimentamos ese breve lapso de tiempo en el que no somos consciente de nuestra temporalidad? La observación de una obra de arte sublime, un encuentro sexual apasionado, el amor profesado y materializado en el otro, la celebración y el juego en sí, como si retornáramos a nuestra infancia para ver el mundo adulto desde el prisma que conforma la realidad de un niño.
A fin de cuentas, una búsqueda incansable por encontrar nuestra relación con lo divino. Para convertirnos, quizás de forma paradójica, en nuestros propios dioses.
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