El individuo y la masa, segĂșn Ortega y Gasset
- Fernando Mosteiro
- 25 may 2021
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 18 jun 2021

Tiempo ha pasado desde aquella. 90 años para ser exactos. El paso de la décadas suele provocar la pérdida de rigor de numerosos puntos de vista, reflexiones y anålisis de la realidad; otrora llenos de veracidad y perspicacia al manifestarlos, pero que fueron fruto de su tiempo y que en él se anquilosaron.
Pero este no es el caso de La rebeliĂłn de la masas de Ortega y Gasset. Como si de un buen vino se tratase, la obra por antonomasia del filĂłsofo madrileño coge mĂĄs cuerpo y sabor con el paso del tiempo. Lo que habĂa sido el intento de describir el ser humano de su tiempo, el del llamado periodo de "entreguerras" junto con el surgimiento de grandes corrientes sociales y polĂticas como el fascismo y el comunismo, se convirtiĂł en una visiĂłn mĂĄs transversal y universal que ni el propio Ortega llegarĂa a conocer de primera mano. La profundidad de sus conclusiones y la nitidez con las que las arrojĂł ayudan a entender desde los movimientos de masas de su Ă©poca hasta el auge de los populismos de nuestros dĂas. La claridad es la cortesĂa del filĂłsofo llegarĂa a afirmar muchas veces, haciendo de esta mĂĄxima virtud de su trabajo.
Para entrar en materia y sin dilatarnos mĂĄs en contextualizaciones, podrĂamos preguntarnos: ÂżQuĂ© es el hombre-masa, a quiĂ©n o quienes se refiere Ortega cuando utiliza este concepto de cuño propio y cuales son sus caracterĂsticas que lo convierten en eso mismo? Bien, en este caso dejo al lector/a el siguiente pĂĄrrafo extraĂdo del ensayo que estamos tratando y el cual comentaremos en profundidad a continuaciĂłn:
Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Mås que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idola fori; carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquà que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga -sine nobilitate-, snob.

El hombre-masa es un ser vaciado de su propia historia. Esto lo podemos explicar, si nos remontamos a inicios del siglo XX, cuando la sensaciĂłn de cualquier coetĂĄneo de aquel tiempo era que no existĂa tiempo mĂĄs propicio para habitar, momento mĂĄs prometedor para estar vivo y con mayor calidad de vida que su presente respecto a cualquier ejemplo de Ă©poca histĂłrica anterior. Y si bien esto seguramente fuera cierto, debido en gran suma al refinamiento de las tĂ©cnicas cientĂficas y la expansiĂłn econĂłmica internacional caracterĂstica de aquellos años, no dejaba de pertenecer a una cadena histĂłrica de acontecimientos que acabarĂan conformando aquel presente, siendo asĂ clara heredera de su pasado.
Estos avances mejorarĂan de manera sustancial el nivel de vida de la mayorĂa de la poblaciĂłn, junto con una cada vez mĂĄs notoria participaciĂłn polĂtica de la ciudadanĂa de a pie, acabarĂa incentivando la apertura a numerosos espacios antes reservados a la Ă©lite social. Respecto a esto, hace hincapiĂ© Ortega de la siguiente manera:
(...) Las nuevas masas se encuentran con un paisaje lleno de posibilidades y, ademĂĄs, seguro, y todo ello presto, a su disposiciĂłn, sin depender de su previo esfuerzo, como hallamos el sol en lo alto sin que nosotros lo hayamos subido al hombro. [...] Mi tesis es, pues, esta: la perfecciĂłn misma con que el siglo XIX ha dado una organizaciĂłn a ciertos Ăłrdenes de la vida, es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organizaciĂłn, sino como naturaleza.
Un nuevo ser humano emergĂa sobre los cimientos de la sociedad generada a partir de la revoluciĂłn francesa de fines del siglo XVIII, que se terminarĂa conformando durante el convulso siglo XIX y se consolidarĂa con las democracias liberales predominantes de principios del siglo XX. Pero es en esta Ășltima etapa donde Ortega proclama que la percepciĂłn del ciudadano sobre la sociedad de la que forma parte se distorsiona gravemente, viĂ©ndola como "natural" y espontĂĄnea, lo que conlleva una despreocupaciĂłn por preservar su vigencia como ente civilizatorio. Estos importantĂsimos avances son recibidos por los individuos de su Ă©poca como hechos inamovibles, no como conquistas de largo calado histĂłrico.
La apertura de este vasto abanico de posibilidades que se abre ante sĂ al hombre-masa es causa primera de su sensaciĂłn de infinitud. Nada hay sobre Ă©l y a nada ha de doblegarse, ni siquiera ante los designios del azar ni de la incertidumbre. Todo lo que halla dentro de sĂ le basta, le confirma como poseedor de genuino carĂĄcter y condiciĂłn, aunque lo Ășnico que albergue no sea mĂĄs que un desierto de preguntas y un mar de respuestas. La escucha se torna de manera inexorable en una cualidad sin utilidad alguna mas que desestabilizar el rigor del juicio del individuo.

Esto suele traer aparejado un alejamiento de cualquier creencia extrasensorial o divina por parte del hombre-masa, de la cual no es capaz de formar parte y radica necesariamente en lo externo a sus capacidades, y de un acercamiento a la polĂtica donde, con no poca esperanza, piensa que forma parte decisiva para el devenir de los acontecimientos de su presente. Pero, Âżpodemos dar credulidad a quiĂ©n antes con vehemencia rendĂa pleitesĂa a cualquier manifestaciĂłn religiosa, que no actĂșe de misma manera y proceder cuando se trate de asuntos humanos y sociales? Porque seamos honestos, y con esto lanzo una pregunta directa a mi estimado lector/a que a buena cuenta animo a que conteste, ÂżQuĂ© diferencia a un fanĂĄtico religioso de un fanĂĄtico polĂtico?
Vivimos en un mundo diferente al que viviĂł Ortega, esto estĂĄ claro, pero solo en apariencia. En un metafĂłrico escaparate se muestran distintas prendas de ropa de colores vivos y llamativos, acordes con los gustos de nuestro presente, pero los maniquĂs que visten siguen siendo los de antaño. Los mismos de siempre. Porque, personalmente, no encuentro diferencias profundas en los grandes movimientos sociales y polĂticos de nuestro tiempo respecto a los que se hacĂa referencia Ortega en su obra. Nacionalismos exacerbados de toda Ăndole, corrientes feministas acrĂticas y disciplinarias, alzamientos identitarios carentes de contenido y de rigor intelectual no hacen mĂĄs que conformar el sustento de los hombres y mujeres-masa de nuestro tiempo. La circunstancia que nos ha tocado vivir y habitar, surgida en un mundo profano que no reniega de su carĂĄcter religioso intrĂnseco, Ășnicamente podrĂĄ ser abordada con un alarde de arrojo y honestidad que solo puede darse en la ejercitaciĂłn de la duda, de la pregunta, del anĂĄlisis exhaustivo del porquĂ©. Aunque la mayorĂa de las personas no van hacia ninguna parte, es un milagro encontrarse con una que reconozca estar perdida, dijo el filĂłsofo español en alguna ocasiĂłn. Y razĂłn no le faltaba, joder.
Estamos condenados a pertenecer a un rebaño que no conoce a su pastor, incapaz de gobernarse a sà mismo y que aspira a gobernar a los demås. Imponer una cosmovisión de todo lo que acontece bajo el cénit que nos cobija, en un mundo donde resulta mucho mås importante anunciar la deseada respuesta que plantearse la necesaria pregunta.