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Trois couleurs: Rouge (Tres colores: Rojo)

Actualizado: 18 feb 2022


Rouge Rojo Kieślowski Cine Fernando Mosteiro
Valentine Dussaut, interpretrada por Irène Jacob

No mentiría a mi estimado lector/a si digo que traer a la sección de "Cine" la trilogía que Krzysztof Kieślowski realizó entre los años 1993 y 1994 me causa profundo pavor, tanto por la calidad de las obras como de su complejidad artística. Trois couleurs pretende ser un estudio exhaustivo sobre los ideales de la Revolución Francesa representados en los colores de la bandera de Francia: Liberté, Égalité, Fraternité. Como es habitual en un servidor, comenzaré con la tercera y última película de la icónica trilogía, aunque de manera inevitable tratemos asuntos de las dos anteriores ya que los guiños entre las distintas cintas son más que frecuentes. Rouge (Rojo) terminó siendo el trabajo con el que el director polaco daría por finalizada su trayectoria profesional, anunciando esto en el mismo estreno de la película durante el festival de Cannes. A modo de epílogo, y encarnada por una Irène Jacob y un Jean-Louis Trintignant en estado de gracia, Kieślowski aborda la fraternidad diseccionando, con ojo de cirujano, las relaciones emocionales que vivencian los personajes del largometraje, replanteándose nexos ya existentes y surgiendo otros nuevos ante la estupefacción del espectador.


Ambientada en la ciudad de Ginebra, el filme comienza con un paseo de la cámara por los cables telefónicos en un curioso y extraño plano secuencia que incluso atraviesa el fondo del mar para llevar una llamada telefónica al otro lado del océano, más concretamente al piso de Valentine Dussaut -interpretada por Irène Jacob-. Esta llamada, realizada por el posesivo novio de Valentine, no tendría respuesta al encontrarse ella en el cine viendo El club de los poetas muertos, lo que conllevará un reproche por parte de él. Valentine es una joven estudiante que trabaja como modelo a tiempo parcial para poder pagar sus estudios. La inocencia y dulzura de la protagonista resulta palpable desde el primer minuto del metraje, conformando así los pilares donde orbitará tanto la dirección de Kieślowski como la banda sonora -espléndida, mire por donde se mire- de Zbignniew Preisner. Con el paso de los fotogramas se nos van presentando los distintos hilos narrativos. Mientras va caminando de vuelta a su casa, Auguste Bruner (interpretado por Jean-Pierre Lorit), vecino de Valentine y estudiante de leyes, se le caen una serie de libros al asfalto, dándose cuenta de que un capítulo especial del Código Penal quedó abierto al azar, y se concentra en ese pasaje que acabará siendo crucial en su cercano examen de acceso a la judicatura. Esa misma noche, mientras conduce en la lluvia, Valentine atropella por accidente a un perro, y al ver que tiene una placa (revelando su nombre, Rita, y dirección), le sube a su auto y va hasta la casa de su dueño, el juez jubilado Joseph Kern -Jean-Louis Trintignant-. La reacción fría e impasible del antiguo letrado dejará atónita a la joven, que terminará por llevarse con ella a la perra.

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Al día siguiente, mientras Valentine va de paseo con Rita, esta se escapa y, tras perseguirla por toda la ciudad, finalmente la encuentra frente a la casa del juez Kern. Allí Valentine descubre que Kern espía las conversaciones telefónicas privadas de sus vecinos con un sofisticado sistema de escuchas telefónicas. Este cuestionable entretenimiento acabará mostrando las profundas cicatrices de un juez que padece un desencanto respecto a su profesión, de la que se retiró prematuramente torturado por los remordimientos de culpar a inocentes y eximir a culpables. Mientras está en la casa del juez, Valentine escucha una conversación telefónica entre su vecino, Auguste Bruner, y su novia, Karin. Valentine trata de taparse los oídos pero a partir de lo poco que oye, concluye que se aman, notando en la mirada de la protagonista cierta nostalgia respecto a su dificultosa relación amorosa.


Con el paso del tiempo, la relación de Auguste y su novia Karin se volverá tortuosa para el joven estudiante de leyes. Mientras la ausencia repentina e infidelidad de Karin sacude el corazón de Auguste, Valentine y el juez Kern profundizan en una relación difícil de pronosticar a primer juicio, y con la que el jubilado volverá a tener fe en la humanidad y dejará atrás su característico hieratismo. Debido a los problemas en la relación amorosa, y con la decidida actitud de saber si realmente hay amor en ella, Valentine decide comprar un ticket de ferry para ir a Londres y ver a su pareja. A modo de despedida, Valentine invita a Kern a un desfile de en el que participará como modelo. Después del espectáculo, Kern le cuenta que soñó con ella, en el cual la veía a los 50 años y feliz con un hombre que no pudo identificar. La conversación luego gira en torno a Kern y las razones por las que no le agrada Karin, ya que escuchaba todas las conversaciones entre Auguste y ella. Kern revela que antes de convertirse en juez, se encontraba enamorado de una mujer muy parecida a ella, Valentine, quien lo traicionó por otro hombre. Mientras se preparaba para su examen, una vez que fue al mismo teatro donde había sido el desfile, se le cayó accidentalmente uno de sus libros. Cuando lo recogió, Kern estudió el capítulo que se abrió al azar, resultando a la postre ser la pregunta crucial en su examen. Cuando él rompió con su novia, acabó persiguiéndola por todo el Canal de la Mancha, pero nunca volvió a verla. Años después, fue asignado para juzgar un caso en que el demandado era el mismo hombre con el que le había sido infiel su novia. Pese a esto, Kern se quedó con el caso, ya que solo él sabía de su conexión personal con el hombre, y lo declaró culpable. El juicio fue legal, pero posteriormente renunció a su cargo.

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Después de confesar todo esto a Valentine en un teatro ya cerrado después del pase de modelos, Kern se despide de Valentine y le desea lo mejor en su viaje a Londres. Valentine toma su ferry a Inglaterra junto con Auguste, aunque los dos nunca habían encontrado con anterioridad. De pronto surge una tormenta que vuelca el ferry. Solo siete personas son sacadas con vida del ferry: Un barman inglés llamado Steve Killian y los dos personajes principales de cada película de la trilogía; Julie y Olivier de Azul, Karol y Dominique de Blanco, y Valentine y Auguste, que se reúnen por primera vez. Al igual que en las películas anteriores, la secuencia final de la película muestra a un personaje llorando, que en este caso se trata del juez Kern al conocer la noticia del naufragio del ferry y pensar que Valentine muere.


El trabajo de Kieślowski con esta trilogía resulta demencial. Las continuas conexiones que se manifiestan entre las películas superan lo anecdótico. A modo de ejemplo reto al lector/a que si acaba visionando estos filmes preste especial atención a una anciana que intenta colocar sin éxito una botella de cristal dentro de un contenedor de reciclaje. La reacción de los protagonistas ante este hecho anodino determina la voz y el punto de vista de Kieślowski sobre los grandes temas que trata. En Azul (película en que desarrolla el lema de Liberté), la anciana no alcanza la boca del contenedor y Julie, la protagonista, ni siquiera se fija en la escena, porque la libertad en ocasiones implica la necesidad de enfrentarse a los propios obstáculos en la más absoluta soledad y asumir un coste; en Blanco (filme en el que trata el término de Égalité) la mujer logra colocar la botella en la ranura membranosa del contenedor, pero no logra empujarla dentro, mientras Karol, personaje principal de este segundo largometraje, la observa con una mueca, siguiendo la idea de la igualdad como un concepto mal entendido donde la solidaridad está ausente. En Rojo, en cambio, Valentine ayuda a la anciana, que logra al fin su propósito, en una referencia a la fraternidad -Fraternité- como motor para la esperanza en el ser humano.

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Krzysztof Kieślowski

Otro icónico detalle, y que en este caso engañó hasta a la crítica más especializada y concienzuda, es la creación de un artista ficticio de música clásica llamado Van Budenmayer. Creación de Preisner y del propio Kieślowski , ambos enamorados de Holanda, con el que juegan a sembrar de referencias y alusiones sus trabajos en común. Tanto la crítica como el propio público pica el anzuelo y empieza a mandar cartas al director interesándose por la vida y obra de este autor (del que incluso puede verse un retrato en Rojo). La anécdota más delirante llega por parte de una enciclopedia, que acaba advirtiendo a Kieślowski y a Preisner que si no dejan de usar la música de Van Budenmayer sin pagar derechos de autor se arriesgan a una demanda. Delirante cuanto menos.


Y no es de extrañar, porque todo lo que orbita sobre la obra del director polaco se encuentra bajo un aura de genialidad y delicadeza. Podemos afirmar sin miedo a equivocarnos ni un ápice, que Kieślowski resulta ser uno de los artistas -si, artista. No cineasta como podría denominarle- más fascinantes del cine europeo. Despliega como ningún otro una mirada profunda y reflexiva sobre lo grandes temas que asolan al género humano, con la simpleza de un bello soneto. Y que encuentra su cumbre artística en Trois Couleurs: Rouge.



Pros:


Fotografía delicada, banda sonora de las que resuenan en los ecos de la memoria subjetiva y una dirección espectacular. Poco más que añadir.


Contras:


Tendría que rebuscar entre las catacumbas del largometraje y aún así dudo que encontrara algún aspecto digno de mencionarse aquí.



Nota personal:




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