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Sobre la imperiosa necesidad de asombrarse

Actualizado: 1 ago 2021


Filosofía Aletheia Fernando Mosteiro
"Aletheia" - 2012, Chloe Hedden

Somos arrojados a este mundo, del cual conocemos tan poco como de dónde venimos: nada. Se presenta ante nosotros una infinitud de manifestaciones, desde la primera sonrisa de nuestra madre hasta las nubes que como veleros surcan el cielo, desde el azul hipnótico del mar hasta el resplandor y aroma de las hortensias en primavera. Todo se nos aparece como un gran enigma imposible de descifrar al completo, y que ante el cual no queda mas remedio que asombrarnos.


Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿Qué es el asombro? No dudo ni un segundo al afirmar que esta es la actitud, la de asombrarse, más noble que puede tomar un ser humano ante el mundo. El asombro nace a partir de una duda ante lo inexplicable, seguida de una peculiar admiración hacia todo lo desconocido. En su Metafísica, Aristóteles proclama a la acción de asombrarse del ser humano como el punto de inicio de toda reflexión filosófica:


«los hombres —ahora y desde el principio— comenzaron a filosofar al quedarse maravillados ante algo, maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco a poco, sintiéndose perplejos también ante cosas de mayor importancia»

Aristóteles Filosofía Fernando Mosteiro
Aristóteles fue un filósofo, científico y polímata. Nacido en Estagira en el año 384 a.C, es considerado junto con Platón el padre de la filosofía occidental.

Todos los humanos desean saber, intentar dar respuestas a preguntas que nos asaltan en nuestro día a día y conocer todo aquello que se encuentra en el terreno de lo inhóspito, lugar indómito aún sin explorar. Para los antiguos griegos la admiración y el asombro, lo que ellos denominaban to thaumadsein, conforma el motor que lanza al hombre a la búsqueda de conocimiento. Y acaba resultando inevitablemente uno de los pilares sagrados de la libertad humana. Recogiendo el testigo de uno de los filósofos que más ha ahondado en este término, Arthur Schopenhauer proclama en su magna obra El mundo como voluntad y representación lo siguiente:


«Ningún ser, salvo el hombre, se sorprende de su propia existencia (...) En los primeros balbuceos de su consciencia, sin duda, el hombre se considera como algo que se entiende por sí mismo. Pero esto no dura mucho, sino que muy temprano, y coincidiendo con la primera reflexión, ya aparece esa capacidad de asombrarse que algún día habrá de convertirse en la madre de la metafísica»

Schopenhauer Filosofía Fernando Mosteiro
Arthur Schopenhauer, máximo exponente del "pesimismo" filosófico. Intentó desarrollar las tesis kantianas introduciendo en las mismas el concepto de "voluntad" y pensamiento de la filosofía orientas, como las Upanishad.

En la actualidad, el complejo proceso de conocer lo que somos y lo que nos rodea resulta extremadamente sencillo. Podemos elegir a la carta, entre numerosas y suculentas identidades a las que pertenecer, siempre y cuando vendamos nuestra alma al mejor postor. ¿Te atrae el ideario de izquierda política? Adelante, ya puedes recoger tu carnet de afiliado a las juventudes comunistas de tu localidad, en la que gozarás de la compañía de sujetos igual de cobardes que tú. Y lo mismo puedo decir en el ámbito político de la derecha, conformando siempre el mismo resultado sea cual sea el caso.


¿Cobarde? ¿Por qué? Pues, querido amigo/a, porque sufres miedo de asombrarte por ti mismo. Sientes la fragilidad ante el grupo, frente a la tribu de la que deseas formar parte aunque esto acabe generando la gran coerción de nuestro tiempo: la atomización del sujeto. La deshonrosa sensación de seguridad, la no toma de responsabilidades por lo que uno hace o piensa, te granjeará fértiles frutos entre tus iguales. Tendrás una hoja de ruta exacta, un pensamiento estático y unas ideas inamovibles, la gente que te rodeará caerá rendida a tus pies por la firmeza de tu discurso, el cual conocerás de memoria pero sin ápice de profundidad alguna.


He aquí en este momento en el que te veré como un desdichado, como un adalid de la condescendencia ajena. Tú ya no te asombras por nada, has perdido incluso la capacidad de hacerlo. Crees firmemente - con el apoyo inexorable de la tribu de desdichados a la cual perteneces cual acólito - ser conocedor de la verdad, del buen hacer y del buen gobierno de las gentes.


No te permitas debilidad ninguna, no oses darte cuenta de un error por claro que sea, no te permitas disfrutar del placer de cambiar de opinión, de reconocerte distinto respecto a tu Yo pasado y encontrarte sin miramientos con el otro, el cual ha logrado penetrar tu invisible caparazón de seguridad ignorante.


En ese caso te llamaré pobre, pobre por creer tener respuestas para todo, pobre por no poder ver más allá de lo que tus ojos te permiten, pobre por no ser capaz de vanagloriarte de tus propios errores y, sin darte ni remota cuenta, acabarás encontrándote en una minúscula jaula de cristal en la, con el paso inexorable del tiempo, notarás la falta de oxígeno. Atrapado y sin salida alguna, cual liebre ante el lobo, perdiendo de este modo la oportunidad de admirar el mundo que te ha sido regalado tal y como se nos muestra, con sus indescifrables enigmas que embellecen la tierra por la que caminamos bajo la vigilancia omnipresente de la cúpula celeste. Una tierra, un mundo en el que nos encontramos de paso, lugar y momento donde decidiste no admirar nada de lo que a tu alrededor se encuentra y habita.


Omitiendo así tu imperiosa necesidad de asombrarte.

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